Observar (verbo)
- Notar o percibir (algo) y registrarlo como importante.
- Ver (a alguien o algo) cuidosa y atentamente.
- Notar o detectar (algo) durante un estudio científico.
- Hacer comentarios.
- Cumplir o acatar (una obligación social, legal, ética o religiosa)
- Guardar (silencio) en cumplimiento de una norma o costumbre o temporariamente en señal de respeto
- Cumplir o participar en (un rito o ceremonia)
- Celebrar o reconocer (un aniversario).
Fuente: Oxford Languages (Consultado: 3 marzo 2024) www.google.com
De la COP 21 a la COP 28
Casi todos los años desde 1994,[1] representantes de 198 países se han reunidos en la reunión anual de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), conocida como la Conferencia de las Partes (COP), para debatir cómo abordar el inmenso y insoluble desafío del cambio climático. Junto a estes representativos nacionales, miles de participantes de organizaciones no gubernamentales (ONG) ambientales y sociales, empresas, gobiernos locales, naciones indígenas, instituciones de investigación y organizaciones comerciales siguen atentamente el curso de las negociones. A estos asistentes se les conoce oficialmente como “Observadores.”
La primera vez que participé en estas reuniones como una Observadora fue en la COP 20 celebrada en Lima (Perú). El año siguiente en París (Francia), participé en las extensas negociones de la COP 21, en las que los países participantes adoptaron el Acuerdo de París. Ocho años más tarde, volví para la COP 28 en Dubai (Emiratos Árabes Unidos). Dado este lapso de tiempo, pude considerar: ¿Qué cambió de la COP 21 a la COP 28? ¿Cómo influyen las condiciones globales evolucionando en el proceso? Y ¿qué permite el acto de observar dentro de los espacios multilaterales y el proceso de elaboración de políticas?
El Compromiso de París
En la COP 21, el Acuerdo de París representó un momento de esperanza profunda junto con el reconocimiento de que todavía quedaba mucho trabajo para preservar la integridad del sistema medioambiental global. El Acuerdo abarcaba varios logros notables en la elaboración de tratados mundiales. Antes de París, la CMNUCC funcionaba en gran medida con un sistema bifurcado en el que los llamados países “desarrollados” se les encomendaba la tarea de la descarbonización, mientras que los países “en desarrollo” podían seguir invirtiendo en industrias de altas emisiones para construir sus economías, lo que en general se consideraba necesario para apoyar el bienestar de sus poblaciones.[2] Esta dicotomía entre países desarrollados y en desarrollo era una característica clave de acuerdos climáticos mundiales anteriores, como el Protocolo de Kioto de 1997, pero cuando llegó la COP 21 en 2015, el mundo había cambiado tan drásticamente que estas antiguas categorías ya no eran válidas. Con grandes economías emergentes como China, India, Rusia, Indonesia y Brasil convirtiéndose en los mayores emisores mundiales de gases de efecto invernadero (GEI),[3] las negociaciones de la CMNUCC posteriores a Kioto se estancaron en un punto muerto en el que ambas partes se negaban a ceder a menos que la otra hiciera concesiones. Una parte del milagro de París fue que rompió este estancamiento al exigir a cada país que determinase sus propios compromisos voluntarios para reducir las emisiones de GEI en función de sus capacidades y circunstancias nacionales (estos compromisos se conocen como “Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional” o NDC, por sus siglas en inglés). Sin embargo, los compromisos voluntarios pueden dejar la puerta abierta a los aprovechados, por lo que el Acuerdo de París incluyó medidas de rendición de cuentas, como fuertes requisitos de transparencia e información sobre las emisiones. También incluyó ciclos de revisión periódicos para evaluar el progreso de los países y aumentar la ambición. Estos ciclos periódicos se conocen como “Balances mundiales”. El primer Balance mundial concluyó el diciembre pasado en la COP 28 en Dubai.[4]
La COP 28: Petróleo por todas partes en Expo City
En 2015, un récord de 45.000 asistentes participó en las negociaciones de la COP 21, que se celebraron en Le Bourget, un extenso aeropuerto reconvertido en centro de conferencias a las afueras de París. Los científicos del clima y otros investigadores compartieron sus últimos descubrimientos en un programa apretado de presentaciones llamadas “Actos paralelos”, mientras las delegaciones de funcionarios de los países iban de una sala de negociación a otra y miembros de los medios de comunicación zumbaban por los pasillos. En todo momento, la gente trazaba estrategias—intercambiando la información más reciente cuando se cruzaban por los pasillos, realizando varias tareas a la vez con distintos dispositivos mientras asimilaban la nueva información y analizaban cómo podría influir en la rápida evolución de las negociaciones políticas. Como todo el mundo tenía que estar en por lo menos cinco sitios en un momento dado, el objetivo era trabajar colectivamente para estar al tanto de todo lo que estaba sucediendo. Como una colmena que vibra de actividad, el enorme recinto era un lugar de caos controlado: una delicada coreografía de movimiento rápido y atención cuidadosa.
La COP 28, en cambio, se celebró en un recinto hinchado llamado Expo City, en las afueras desérticas de Dubai, y había alcanzado la escandalosa cifra de 85.000 participantes. Dos mil cuatrocientos de ellos eran grupos de presión de la industria de los combustibles fósiles—un récord. En todo el recinto, muchos participantes parecían más preocupados por perseguir las finanzas que por el clima. Con un ambiente más parecido al de una feria comercial que al de una conferencia de la ONU, los empresarios tecnológicos presentaron sus últimas “soluciones” de solución rápida a la inminente crisis, ofreciendo a veces lugares no consentidos del Sur Global como campo de pruebas para sus dudosas intervenciones no probadas. Los eventos paralelos tenían una presencia mucho menor que en París; el número de científicos del clima había disminuido. El tamaño de la sede del evento hizo que las “intervenciones” típicas de las organizaciones de la sociedad civil para llamar la atención sobre aspectos destacados de las negociaciones, como la presentación cómica de la Red de Acción por el Clima del premio “Fósil del Día” al país que peor está perjudicando al clima, quedaran escondidas en los rincones.
Estaba claro que las industrias de los combustibles fósiles entendían el progreso de la política climática global como una amenaza existencial a su balance, una ironía retorcida la amenaza inminente del cambio climático para la existencia de países e industrias a nivel mundial. La COP 28 fue la segunda de las tres COP consecutivas organizadas por petroestados: Egipto en 2022, EAU en 2023 y Azerbaiyán en 2024. El consejero delegado de la Abu Dhabi National Oil Company, Sultan Al Jaber, fue elegido presidente de la COP 28 a pesar de sus conflictos de intereses evidentes. En lugar de centrar la atención en aumentar la ambición global hacia la descarbonización, la Presidencia de la COP 28 invirtió sus recursos en hábiles empresas de relaciones públicas y campañas de marketing, prometiendo ser la “COP más inclusiva de la historia”. Mientras tanto, una serie de cartas filtradas de la OPEP[5] revelaron su plan de relaciones públicas: imponer el lenguaje de “emisiones sin disminución” en lugar de una eliminación mundial de los combustibles fósiles, distraer la atención promoviendo tecnologías no escaladas como la captura y el almacenamiento de carbono (CAC) y prolongar la dependencia mundial del petróleo, invirtiendo en vehículos impulsados por gasolina e infraestructuras en África y otras economías regionales emergentes.
La naturaleza (por fin) tiene su momento
A pesar de la fuerte presencia de grupos de presión petroleros, empresas de relaciones públicas y empresarios tecnológicos en la COP 28, la vieja guardia de científicos, observadores entregados y negociadores expertos persistía en todo el espacio. En este contexto, se hizo evidente otra tendencia emergente en las reuniones de la CMNUCC: la interrelación de las prioridades mundiales para abordar la “triple crisis planetaria” mediante la protección de la biodiversidad, la lucha contra la contaminación y la revertir de los efectos negativos sobre el sistema climático. Ejemplifican esta tendencia el aumento del uso de un lenguaje en torno a la restauración y curación ecológicas y la creciente adopción de medidas que centran los procesos naturales y los principios ecológicos en el diseño urbano y la planificación de infraestructuras.
Otro cambio discursivo notable es el uso generalizado del término “método centrado en el ser humano” en referencia a acciones que incorporan necesidades, valores y conocimientos locales. Si bien es encomiable prestar mayor atención a la participación significativa de las partes interesadas y a los procesos participativos, el antropocentrismo de la frase es evidente. ¿Qué pasaría si, en cambio, adoptáramos un enfoque centrado en la naturaleza? Si la Tierra fuera una consideración central dentro de nuestros procesos de toma de decisiones, ¿estaríamos en este desastre planetario? O consideremos qué pasaría si, en cambio, empleáramos un enfoque centrado en la comunidad, donde consideráramos que nuestra comunidad es la amplia red de seres humanos y no humanos con quienes vivimos, compartimos espacio y participamos en sistemas mutuos de dependencia. ¿Nuestras prioridades evolucionarían junto con nuestra capacidad de empatizar?
La cultura también está ganando terreno
Por supuesto que la gente lleva milenio resolviendo problemas con métodos centrados en la naturaleza y en las comunidades. En la era actual, se puede olvidar el hecho de el 99,99999…% de la historia humana y de la pre-historia ocurrieron sin acceso a comodidades modernas como aire acondicionado, neveras o el motor de combustión interna. Era el ingenio humano y la atención cuidadosa a las condiciones ecológicas lo que permitía a las personas soportar los elementos, conservar alimentos o recorrer grandes distancias sin tales posibilidades. No es decir
que se deba alejarse de los dispositivos modernos. Pero existe una gran cantidad de sabiduría antigua que se puede aprovechar y entrelazar con principios de diseño contemporáneos para lograr respuestas altamente eficientes y adaptadas localmente a los desafíos climáticos actuales. Un panel organizado por el Climate Heritage Network en la COP 28 destacó ejemplos de características arquitectónicas que son expertas en resolver problemas climáticos locales. Una charla describió los edificios tradicionales de Asia Oriental que utilizan atrios centrales con piscinas poco profundas y techos abuhardillados para crear un potente enfriamiento por evaporación natural. Otro ejemplo ilustrativo son los sitios patrimoniales de Oriente Medio que utilizan muros exteriores geométricos altos para permitir el flujo de aire, aumentar la sombra y proteger los edificios de la fuerza erosiva del sol y la arena, un marcado contraste con los edificios de oficinas de vidrio y metal de Dubai que deben usar mucho el aire acondicionado para contrarrestar su increíble absorción de calor durante todo el día. En todo el mundo debemos recordar que los paisajes incluyen a sus personas y las personas son parte de sus paisajes. La triple crisis planetaria puede tener un alcance global, pero sus soluciones, naturales y culturales, son locales.
El contexto global: Guerras e deudas
Este año, varios problemas mundiales destacados tenían un impacto desmesurado en el espacio de negociación. El más importante fue la guerra de Gaza. A pesar de la lejanía geográfica de los combates, el hecho de que la COP 28 se celebraba en un estado árabe hizo que la cuestión fuera extremadamente próxima. Al iniciarse la conferencia, se estaba dando un alto el fuego, se estaban liberando rehenes israelíes y estaba aumentando la entrega de ayuda humanitaria a los palestinos en el enclave. Pero a los pocos días, el alto el fuego se disolvió y la increíble cantidad de sufrimiento humano que comenzó arrojó una oscura sombra sobre las negociaciones. Activistas de todo el mundo se solidarizaron con los representantes palestinos. Cánticos de “¡Alto el fuego ya!” resonaron entre las masas que marchaban mientras miles de personas se reunían para manifestarse en el recinto por las causas entrelazadas de la paz y la preservación de un mundo próspero.
Ante amenazas inminentes a la vida, como el hambre o la caída de bombas, las discusiones sobre desastres de escala global y de avance lento tienden a desvanecerse. Sin embargo, las atrocidades de guerra están íntimamente ligadas a la crisis climática. Las bombas son tóxicas. Las armas y municiones requieren muchísimos recursos. La guerra es un terror que resuena de generación a generación y sus impactos se extienden en múltiples dimensiones. En algún momento, será necesario restaurar el paisaje de escombros y cráteres con hormigón fresco y cableado nuevo; será necesario reparar las violentas cicatrices en el cuerpo, la mente, el alma, las personas, los lugares y la cultura. Ahora bien, los países se niegan a calcular los impactos climáticos de sus ejércitos, como si pudieran ignorar la profundidad de su costo humano y ambiental con un asterisco en informes. Un clima estable no es posible en un mundo devastado por la guerra. La paz es la condición previa necesaria, el objetivo principal.
Como lugar de negociación geopolítica, las COP son muy sensibles a las historias polémicas. En la COP 28, la delegación de Venezuela, que acababa de atacar Guyana, y la de Rusia, con su ataque no provocado a Ucrania, fueron relegadas a los rincones más alejados del espacio de la conferencia, convirtiéndose en los niños metafóricos excluidos en el comedor. Al mismo tiempo, los debates mundiales sobre la agobiante deuda nacional y la inminente necesidad de reestructurar las prácticas internacionales de préstamo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se extendieron a la COP.
Sobre el acto de observar
Las COP sobre el clima son tan aceleradas y furiosamente concurridas que una redacción corta simplemente araña la superficie de las múltiples dinámicas en juega. Sin embargo, la presencia de los científicos sociales en este espacio es necesario, tanto para observar los procedimientos y ser observadores en el proceso. No se trata simplemente de un papel pasivo, sino más bien de compromiso. El acto de observar no sólo extrae algo del espacio. Aporta algo. En el contexto de la CMNUCC, cumple una variedad de funciones simultáneas:
Observar como testimonio;
Observar como modo de rendir cuentas;
Observar para influir;
Observar como catalizador de la reflexión.
Como antropólogos, estamos profesionalmente capacitados para aportar ideas a los espacios multilaterales. Estamos acostumbrados a interactuar entre culturas, a mediar entre puntos de vista divergentes, a identificar cómo la cultura moldea las normas y a observar cómo la ciencia y la tecnología reflejan y recapitulan determinados sistemas de valores. Somos expertos en el acto de traducir: somos testigos de las realidades vividas y de los cambios encarnados en los que las decisiones abstractas se materializan. A través de nuestras interacciones con otros pueblos y lugares, somos capaces de considerar lo que podría ocurrir si adoptáramos una perspectiva de tiempo profundo, un enfoque centrado en la Tierra y una relacionalidad de cuidado.
Aunque algunos geógrafos[6] han argumentado acertadamente que no existe una institución verdaderamente “global”, participar en un lugar donde convergen tantas personas del mundo es una experiencia que reorienta la propia perspectiva. Al igual que la sensación de contemplación que uno tiene tras encontrarse con algo antiguo, estas COP me dejaron reflexionando: ¿Qué vestigios de nuestras vidas perdurarán en el futuro? ¿Cómo seremos recordados? ¿Cuál es nuestro legado en este planeta?
Notas
[1] A excepción de la COP 26 en Glasgow, Escocia, que se pospuso de 2020 a 2021 debido a la pandemia de COVID-19.
[2] Segundo la ONU, los países desarrollados se conocen como países “Anexo I” y los países en desenvolvimiento como países “no Anexo I”.
[3] Estos países se encuentran entre los mayores emisores en volumen total de GEI. Los principales países con emisiones históricas acumuladas son los Estados Unidos y la Unión Europea, mientras que las emisiones per cápita más altas tienden a concentrarse entre los países exportadores de petróleo y carbón (especialmente los Estados del Golfo), las islas pequeñas y las naciones con un PIB alto.
[4] Para resumir los resultados del primer Balance mundial, tanto los compromisos voluntarios asumidos por los países (NDC) como su implementación siguen siendo lamentablemente insuficientes. Entonces, ya vemos efectos climáticos generalizados y probablemente ya hemos entrado o nos estamos acercando rápidamente a una serie de puntos de inflexión globales. Esto significaría que el clima relativamente estable de los últimos 10.000 años, cuando la civilización humana evolucionó, ya no puede servir como un predictor fiable de lo que está por venir.
[5] La OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, es un es un cártel internacional de 12 naciones productoras de petróleo situadas principalmente en Arabia y África que controla aproximadamente el 80% de las reservas mundiales de petróleo.
[6] Para conocer mejor los debates geográficos en torno a las políticas de escala y su relación con las concepciones de lo global, véase: Blakey, J. (2021). The politics of scale through Rancière. Progress in Human Geography, 45(4), 623-640. https://doi.org/10.1177/0309132520944487
Este artículo se seleccionó por Cydney Seigerman, editora colaboradora.