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Los Que se Alejan de Internet

En la cosmovisión andina, las constelaciones no se forman uniendo los puntos de luz de las estrellas, sino a partir de las manchas de oscuridad en el cielo. La más importante es la Yakana, que tiene forma de llama, el animal más importante para vivir en los Andes (Zuidema & Urton, 1976). Lo que puede parecer un vacío, entonces, puede revelar tanto o más que la estrella más brillante.

Este breve texto es una reflexión sobre la relevancia de atender a los espacios, momentos y situaciones que no están digitalizados a la hora de entender el rol de las tecnologías digitales y cómo dan forma a nuestras vidas. Así como los vacíos oscuros moldean las constelaciones andinas, estos intervalos pueden iluminar dimensiones de la existencia que de otro modo estarían eclipsados por el brillo de las pantallas. Específicamente, me refiero a las circunstancias cotidianas que operan por fuera de internet aun cuando podrían hacerlo, no por falta de acceso, sino por elección. Para situar estas consideraciones, comenzaré presentado una experiencia de trabajo de campo reciente.

Desde 2022 viajo dos veces por año a Cusi Cusi, un poblado rural e indígena quechua en la Puna de Jujuy (noroeste de Argentina) a llevar a cabo mi investigación doctoral sobre la incorporación de internet y las tecnologías digitales en su vida cotidiana. La conectividad es reciente: en 2019 el gobierno instaló wi-fi gratuito en la plaza del pueblo, y solo en 2023 consiguieron tener internet en sus casas. Yo conocí el lugar en 2017 como parte de un equipo arqueológico. Viniendo desde la ciudad de Buenos Aires, trabajar ahí significaba un período de desconexión y, por ende, de atención plena. A lo largo de los años documenté las luchas y negociaciones que permitieron que la comunidad se conectara a la Red Federal de Fibra Óptica (Monje y Vilte, 2021; Di Tullio, 2023, 2024), así como las múltiples maneras en que la vida cotidiana de las personas comenzó a adoptar nuevas formas y dinámicas basadas en esta nueva infraestructura. La pregunta central de la investigación se volvió así qué significa la conexión permanente para la vida en este territorio, que está amenazado por el avance del extractivismo de litio.

Ahí estaba en mayo de 2025, en mi sexto viaje de campo. Había llegado hacía pocos días y no estaba logrando acostumbrarme al ritmo de la comunidad. Estaba ansiosa en mi habitación, scrolleando por distintas apps mientras pensaba: ¿qué hago acá? Una pregunta familiar para muchos/as antropólogos/as, dado que nuestras investigaciones no suelen seguir caminos claros y predeterminados. ¿Para qué vine de nuevo, si ya tengo mucha información para escribir mi tesis, y si las conversaciones con mis interlocutores se estaban sintiendo repetitivas, hasta redundantes? Estaba revisando pasajes de vuelta, hasta que decidí salir a tomar aire para despejarme. Mientras bajaba las escaleras, de repente me resbalé y caí siete escalones hasta el piso.

“¡¿Estás bien?!” exclamó Consuelo mientras venía a ayudarme. Ella estaba limpiando y por eso los pisos estaban mojados. Luego de confirmar que no me había roto nada, se llevó la mano al pecho y dijo: “¡Me has hecho saltar el ánimu!”. En los Andes, todos los seres del Kay Pacha (mundo terrenal) están dotados de ánimu (camac en quechua), que es su principio vital (Bugallo & Vilca, 2011). Éste puede perderse en situaciones de peligro. Ambas nos asustamos ante el accidente y por eso se nos saltó —casi se nos escapa— el ánimu. Físicamente, solo tuve moretones; simbólicamente, ese momento y la reacción de Consuelo me hicieron acordar que aunque me sintiera cómoda, no estaba en casa: estaba en la Puna. Se trata de una región muy alta y seca, en donde el aire y el agua son escasos. La palabra “puna” significa también el mal de altura, que puede combatirse cuidando al cuerpo con agua, hojas de coca, o distintas hierbas medicinales. Pero también es importante cuidar la disposición anímica. Evitar el apunamiento requiere así de cuidados físicos y simbólicos. Por eso, lo primero que hice tras el accidente fue ir a ch’allar, es decir, hacer ofrendas a la Pachamama para agradecerle y pedirle permiso y protección.

Sin embargo, incluso tras eso seguía sin sentirme del todo tranquila. “¿Qué me pasa?” le pregunté a algunos amigos por WhatsApp, quienes muy bien supieron señalarme: “lo que pasa es que estás todo el día conectada”. Gracias a eso me di cuenta de cuánto había estado usando mi celular durante esos días, tanto como la gente con la que estaba conviviendo. Decidí entonces volver a marcar un contraste: eliminé las apps de redes sociales de mi celular, apagué internet, volví a tomar notas con papel y lapicera, y limité el uso de mi celular lo más posible durante los días siguientes. Esto redujo significativamente mis niveles de ansiedad y aumentó mi atención completa hacia lo que me rodeaba. Al mirar de frente la Puna, evité que me atrapara.

Drawing of the Yacana or Llama constellation.

En la cosmovisión Andina, las constelaciones no están formadas conectando los puntos de las estrellas, sino por los espacios de oscuridad en el cielo nocturno. Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Constelacion_de_la_Llama_o_Yakana.jpeg

Esos días de desconexión me trajeron dos revelaciones de interés antropológico y epistemológico, a modo de serendipias. En primer lugar, recordé la idea de Wright (2008, 2022) sobre la importancia de que se genere un desplazamiento ontológico durante el trabajo de campo etnográfico. Incluso sin irse físicamente a un lugar lejano, es importante sentirse en cierta medida fuera de lugar o incómodo/a para activar una forma de atención que es distinta a la de la vida cotidiana, que permita percibir mejor lo que sucede alrededor. Siguiendo este razonamiento, si paso todos mis días online, hoy en día para hacer etnografía necesito también desplazarme tecnológicamente. Incluso cuando el tema de investigación es sobre las tecnologías, o más aún si es el caso. Esto era más sencillo antes, cuando las comunidades de la Puna no tenían internet, o cuando había solo en la plaza. Pero ahora, debo intencionalmente correrme de las corrientes digitales y crear esa distancia por mí misma.

En segundo lugar, este desplazamiento tecnológico me permitió leer de otra manera muchas de las experiencias y conversaciones que estaba teniendo con mis interlocutores, a modo de caja de resonancia. Mientras estaba bajo el sol de la tarde, sentada sobre rocas, tejiendo sweaters de lana de llama con el grupo de artesanas de la comunidad, empecé a preguntarme por las situaciones como esa: todos aquellos espacios y momentos en los cuales las personas, aún teniendo internet, eligen no usarlo, ya sea porque está completamente concentrada en tareas que no lo requieren, o porque activamente limitan su uso.

Después de ese momento empecé a entender ciertas interacciones de otra manera. Por ejemplo, cuando un viejo pastor me conversó por largo rato sobre el campo, el idioma quechua, el fútbol y la política; pero perdió completo interés en la charla cuando mencioné internet, se despidió y se fue. O cuando una joven de mi edad me explicaba que no le interesaba usar mucho el celular porque no era necesario para sus trabajos en el campo y en la escuela, o para cuidar a sus familiares enfermos, y en su poco tiempo libre prefería componer música. De modo similar, Consuelo, una artesana y cocinera de 40 años, elegía no usar la máquina de hilar o la calculadora porque, como ella dice, “no hay que dejarse vencer por las máquinas”. O cuando un policía me contó sobre cómo negociaba el tiempo de uso de internet con su hija adolescente, insistiendo en que “no hay que dejarse atrapar por internet, hay que mirar para adelante”. Todo esto contrasta con emprendedores turísticos como Roberto, que siente que desde que hay internet permanente el tiempo se le pasa más rápido, por estar siempre disponible; o con mujeres como Silvana o Carmela, que pasan sus días mirando YouTube para no sentirse solas. En términos de Eric Sadin (2016), ¿podríamos empezar a interpretar estas vidas que no están completamente digitalizadas como formas cotidianas, sutiles, silenciosas de resistencias a la captura de la vida por las tecnologías? Así, al igual que con las constelaciones andinas, comencé a darle forma y sentido a los espacios vacíos, que quedan sin colonizar por estos dispositivos, no debido a una brecha digital, sino a partir de la agencia y los valores de las personas. Como en la historia de Úrsula K. Le Guin sobre Omelas, ellos/as saben lo que se puede encontrar online, y eligen no ser parte de ello.

Con esto no pretendo traer de vuelta el antiguo binarismo entre vida digital versus real (Grillo, 2008). Por el contrario, es precisamente porque lo digital ha permeado en tantas facetas de la existencia que las prácticas que limitan esa integración se vuelven curiosas. Hay una vasta literatura sobre la variedad de maneras en que las personas evitan las tecnologías, como fue reseñado extensamente por Baumer et al. (2015) y Kaun & Treré (2020). Estos trabajos se refieren principalmente a razones relacionadas a la seguridad, la economía, o la salud mental para limitar el uso de lo digital.

En cambio, aquí busco movilizar la propuesta de Gómez-Cruz (2022) de entender cómo lo digital se ha vuelto vital por su relación con la forma de la vida: las tecnologías digitales ahora alientan ciertas formas de existir por sobre otras. Como infraestructuras de la vida cotidiana, su análisis es inseparable de la macro y la micropolítica. Desde la pandemia, en las grandes urbes nos da la sensación de que casi todo se ha digitalizado. Pero mientras las elites de la industria tecnológica celebran estas tecnologías como instrumentos para el futuro de la humanidad, al mismo tiempo ellos limitan su tiempo en las pantallas (Nieva, 2024). ¿Es un privilegio que sólo los millonarios pueden permitirse? ¿O dejárselo a ellos sería darles la razón de que estas tecnologías garantizan el éxito económico, y mientras tanto el resto del mundo debe usar cada segundo de sus vidas para explotarlas en búsqueda de ganancia, como señala Arora (2019)?

Considero que la capacidad de reconocer y actuar críticamente con respecto a las tecnologías digitales no es exclusiva de las elites como un privilegio de “lifestyle”, sino que son múltiples las formas de resistencia popular, que se manifiestan en elecciones cotidianas de priorizar formas de vivir no saturadas enteramente por lo digital. Atender a estas prácticas puede permitirnos construir sentido no solo sobre las tecnologías en sí mismas, sino también sobre las formas en que podemos estudiarlas y relacionarnos con ellas.

Este texto es una invitación a los estudios sociales sobre los medios digitales a mirar para adelante y explorar con mayor atención todas esas circunstancias en las que la gente podría, pero elige no relacionarse con las tecnologías digitales en sus vidas cotidianas. Estos espacios vacíos entre las luces de las pantallas son también esenciales para la vida, como las llamas en los Andes. En esta constelación de ideas, vidas y pantallas, es quizás lo que no está iluminado lo que brilla más fuerte.


Este post fue curado por el Editor Iván Flores y revisado por el editor Ziya Kaya.

Referencias

Arora, P. (2019). The Next Billion Users. Digital Life Beyond the West. Cambridge, MA & London: Harvard University Press.

Baumer, E. P., Ames, M. G., Burrell, J., Brubaker, J. R., & Dourish, P. (2015). Why study technology non-use?. First Monday, 20(11). https://doi.org/10.5210/fm.v20i11.6310 

Bugallo, L. & M. Vilca. (2011). Cuidando el ánimu: salud y enfermedad en el mundo andino (puna y quebrada de Jujuy, Argentina). Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates [En línea]. Available at: http://nuevomundo.revues.org/61781 

Di Tullio, M. (2023). “Un futuro para la Puna de Jujuy: discursos e imaginarios estatales sobre el desarrollo digital”. Revista Publicar, 35 (XXXV): 18-37. Available at: https://publicar.cgantropologia.org.ar/index.php/revista/article/view/454  

Di Tullio, M. (2024). “‘Se pasan la pelota’. Disputas estatales por la infraestructura de internet en la Puna de Jujuy (Argentina).” Revista De La Escuela De Antropología, XXXV: 1-27. https://doi.org/10.35305/rea.XXXV.287 

Gómez Cruz, E. (2022). Tecnologías vitales. Pensar las culturas digitales desde Latinoamérica. Ciudad de México: Universidad Panamericana, Puertabierta Editores S. A. 

Grillo, O. (2008). Internet como un mundo aparte e Internet como parte del mundo. En Cárdenas, M., y Mora, M. (Eds.): Ciberoamérica en Red – Escotomas y fosfenos 2.0. Barcelona: Editorial UOC.

Kaun, A. & Treré, E. (2020) Repression, resistance and lifestyle: charting (dis)connection and activism in times of accelerated capitalism. Social Movement Studies, 19:5-6, 697-715, DOI: 10.1080/14742837.2018.1555752 

Monje, D. y Vilte, M. A. (2021). El acceso a internet en zonas de frontera en relación con el sistema audiovisual concentrado. Análisis en las provincias de frontera de Corrientes y Jujuy, Argentina. Revista Latinoamericana de Ciencias de la Comunicación, Vol. 20 (37): 136-153

Nieva, M. (2024). Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo. Editorial Anagrama: Barcelona.

Sadin, E. (2016). La siliconización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital. Buenos Aires: Caja Negra Editora. 

Wright, P. (2008). Ser-en-el-sueño. Crónicas de historia y vida toba. Buenos Aires: Biblos, Colección Culturalia.

Wright, P. (2022). Reflexiones sobre ontología de la etnografía. Entre la experiencia, el poder y la intersubjetividad. Runa, 42(3): 317-344.

Zuidema, R. T. & G. Urton (1976) La constelación de la Llama en los Andes peruanos. Allpanchis Puthurinqa, IX: 59-119. 

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