Hoy en día, muchas personas están reevaluando lo que significa estar conectado. En los Estados Unidos, típicamente pensamos en la conectividad en términos tecnológicos—por ejemplo, servicio de banda ancha inalámbrica o acceso móvil 5G. La idea de conexión frecuentamente evoca imágenes de la industria “Big Tech” y de Silicon Valley, donde vivo y trabajo. Esto es especialmente comprensible en tiempos de cuarentena, distanciamiento social, escolarización virtual y trabajo desde casa. Pero la pandemia también ha provocado reflexiónes sobre la importancia de las conexiones humanas, ya que de repente nos encontramos separados de nuestros seres queridos—o encerrados en casa con ellos, día tras día.
Mi libro, Connected: How a Mexican Village Built Its Own Cellular Network (Conectados: cómo un pueblo mexicano construyó su propia red celular), analiza más al fondo la conexión y la conectividad a través de la historia de Talea de Castro, un pueblo remoto en el estado de Oaxaca, en el sur de México. Talea estáubicado en los altos de la Sierra Madre Oriental. Milagrosamente—y con mucha creatividad—la gente del pueblo zapoteco se conectaron al mundo exterior a través de la magia de la tecnología móvil. Sus experencias contienen una lección mucho más amplia sobre la importancia cultural de conexiones y conectividad.
Construyendo una red
A través de los años, los taleanos habían solicitado a las empresas de telecomunicaciones y a funcionarios del gobierno que les proporcionaran servicio de telefonía celular, pero fueron ignorados o rechazados. En 2012 y 2013, el pueblo logró obtener e instalar una red celular comunitaria con el apoyo de Rhizomatica, unaorganización no gubermental mexicana (nombrada por el concepto filosófico del rhizome de Deleuze y Guattari), y un equipo ecléctico de hackers europeos. El núcleo del sistema era una estación transceptora base (base transceiver station) fabricada por Range Networks, una empresa de Silicon Valley que se especializa en redes móviles de bajo costo. El grupo de Rhizomatica desarrolló una interfaz personalizada utilizando software de código abierto, lo cual permitió los taleanos operar el sistema con una computadorapersonal. Los aldeanos instalaron la antena cerca del centro de la ciudad para una máxima cobertura. En lugar de contratar a forasteros, las autoridades emplearon una forma antigua de trabajo comunitario conocido como tequio, lo cual obliga los ciudadanos a aportar mano de obra para proyectos públicos que benefician en pueblo.
La nueva red utilizaba tecnología VoIP (Voice over Internet Protocol) para transmitir mensajes y datos, y era sorprendentemente económica: las llamadas locales y los mensajes de texto eran gratuitos. Llamadas internacionales y de larga distancia costaron una pequeña fracción de la tarifa que cobraban los dueños de una caseta telefónica privada que existía antes de la red comunitaria. De noche a día, la gente del pueblo se convirtieron en celebridades cuando medios como BBC News, las revistas New York, USA Today y Wired reportaron sus hercúleos logros.
Aunque hubo fallas técnicas, funcionó bien—al menos hasta que Movistar, uno de los tres gigantes de las telecomunicaciones de México, llegó a Talea varios años después. Por 2019, la muchos habitantes habían abandonado la red comunitaria y se subscribieron a Movistar, porque la compañía prometió servicios de datos móviles, como acceso a Internet y correo electrónico a través de smartphones. Además, algunos taleanos y funcionarios políticos afirmaron que la red comunitaria estaba mal administrada por una pareja joven que tomó un papel importante en introducir la red comunitaria al pueblo. A pesar de esto, la tecnología comunitaria VoIP ha continuado extendiéndose por la región bajo los auspicios de Telecomunicaciones Indígenas Comunitarias, una organizacíon de la sociedad civil dedicada a apoyar pueblos que quieren conectarse a la red. Hoy, incluye más de 70 pueblos indígenas, atendiendo a aproximadamente 4000 usuarios—y sigue creciendo.
Innovación indígena
Las redes celulares comunitarias son un ejemplo importante de cómo los pueblos indígenas están aprovechando las tecnologías del siglo XXI para reforzar valores culturales, transmitidos de generación en generación. Por América Latina, muchos pueblos están utilizando Internet y las redes sociales para comunicarse a larga distancia, transmitir y archivar eventos culturales, y promover sus alimentos y artesanías.
La tecnología y la conexión fomentadas por estos sistemas comunitarios contrastan marcadamente con Silicon Valley. Comencé a trabajar en la Universidad Estatal de San José en 2001, justo cuando estallaba la primera burbuja de las empresas “dot-com.” Se me hizo raro que las consecuencias negativas de la crisis no cambiaron el tecno-optimismo de los ejecutivos de la industria y los funcionarios gubernamentales. Es extraño ser antropólogo en una institución que se identifica tan estrechamente con Big Tech. Mi universidad se anuncia con un eslogan de estilo corporativo que parece pertenecer a una empresa de software o fabricante de automóviles eléctricos: “Powering Silicon Valley.” Todo esto a pesar de que muchas personas han criticadolos ejecutivos de empresas tecnológicas, como los de Facebook y Google, por facilitar violaciones masivas de privacidad, por no detener la propagación de discursos racistas y la desinformación, y por una falta de diversidad entre los líderes de la industria. Por sus acciones e inacciones, estos empresarios muestran una cierta desconexión cívica y social del mundo que los rodea.
La industria tecnologíca todavía está en auge, pero Silicon Valley no tiene un monopolio sobre la inventiva. Escribí Connected para destacar otro tipo de innovación tecnologica: un proyecto local e indígena, nacido enuna región que los estadounidenses tipicamente no asocian con una intensa creatividad y sofisticación tecnológica. En otras palabras, he tratado de mostrar otro tipo de innovación, arriagado en experiencias locales—fuera de Big Tech, fuera de Silicon Valley, fuera de las ciudades. La antropología puede proponer alternativas radicales.
Tecnología, ciencia, democracia
Han pasado más de veinticinco años desde que fui por primera vez a Talea. Si me hubieras preguntado hace una década cómo sería el futuro del pueblo, habría dado una evaluación sombría, porque como muchos pueblos mexicanos, Talea todavía estaba sufriendo los efectos devastadores del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, implementado en 1994. Desde que escribí Connected, me he vuelto más optimista porque estoy convencido que los ciudadanos tienen la capacidad de crear y adoptar tecnologías nuevas, en sus propios términos. Cuando refiero a “ciudadanos,” me refiero no solo a los taleanos, sino a la gente de otros pueblos zapotecos de la región, y también a los pueblos mixes, chinantecos y mixtecos.
Digo esto porque la mayoría de estos pueblos tienen democracias viables y funcionales, donde los ciudadanos discuten y debaten temas sustantivos y establecen metas comunes: ¿Cómo podemos construir un camino para exportar nuestro café? ¿Cuál es la mejor manera de obtener servicio de telefonía celular? O más recientemente, ¿cómo debemos enfrentar la amenaza del COVID-19? Hace unas semanas, un amigo taleano me envio un mensaje por WhatsApp, con un reportaje nacional que destaca el éxito del pueblo en la lucha contra la pandemia. A mediados de septiembre, no se había registrado ni un solo caso allí, y losautoridades municipales han aplicado estrictas medidas de distanciamiento social, y protocolos para el uso mandatorio de cubrecaras. Aunque relativamente pocas personas en Talea han terminado la escuela secundaria, comprenden la importancia de la ciencia y su poder potencial. Los ciudadanos también tienen un sentido fuerte y estable de su identidad cultural—de que significa existir como pueblo, de por qué es importante y beneficioso cuidarse unos a otros, y de que los unifica a pesar de las diferencias de clase, perspectivas políticas o religión.
Con ese tipo de sistema político—es decir, una democracia local vibrante donde los ciudadanos tienen una mentalidad cívica, son políticamente activas, seguros de sí mismos y bien informados, es mucho más posible enfrentar los efectos negativos de las conexiones tecnológicas y globales. Mientras seguimos preguntándonos qué significa ser conectados— especialmente en tiempos de pandemia—tenemos mucho que aprender de pueblos como Talea. Al lanzar sus propias redes comunitarias de telefonía para mantener relaciones con familiares y amigos que viven muy lejos, nos enseñan cómo se puede usar la tecnología para reforzar los valores locales de manera responsable y culturalmente sensible.