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Centavitos Contra la Inseguridad Alimentaria: Violencia Estructural, Caridad, y Soluciones Técnicas en Guatemala

El 23 de marzo de 2021, se presentaron en una conferencia de prensa desde el Palacio Nacional de Guatemala los resultados del 2020 de la Gran Cruzada Nacional por la Desnutrición. Durante poco más de una hora varios ministros hicieron discursos cortos acerca del éxito de sus actividades en relación a los programas cuyo objetivo es prevenir la inseguridad alimentaria en el país. Después, una compañía presentó su donación para adquirir una harina nutricionalmente mejorada para complementar las dietas infantiles. El evento terminó con unas palabras del presidente guatemalteco, Alejandro Giammattei. Él explicó que reducir las tasas de desnutrición en Guatemala es un esfuerzo conjunto que debe llevarse a cabo entre la sociedad civil, las empresas y el gobierno. Luego invitó a los bancos del país a instituir una nueva campaña en la que los cuentahabientes pudieran donar los centavitos de su balance al final de cada mes para colaborar con este fin.

“Lo más que van a regalar son 99 centavos al mes y lo menos es un centavo. Yo les apuesto que nadie miraría al final en la chequera los centavitos. No nos pesaría, pero la suma de todos los cuentahabientes dispuestos a colaborar con eso serían millones de raciones para combatir la desnutrición,” dijo. Muchos de nosotros vimos con incredulidad su propuesta de resolver con caridad un problema que ha resultado de décadas (o siglos) de abandono y negligencia del gobierno hacia los más vulnerables a la inseguridad alimentaria. Esto fue especialmente impactante en un momento en el que el hambre se había agravado debido a la terrible mala gestión de la crisis de salud pública debido al COVID-19, la recesión económica por los cierres prolongados y la crisis humanitaria creada por los huracanes consecutivos Eta e Iota. Estos dejaron a comunidades enteras bajo el agua, una metáfora adecuada para el estado de la lucha contemporánea de muchas comunidades guatemaltecas contra la inseguridad alimentaria.

La Gran Cruzada Nacional por la Desnutrición es la última de una serie de planes nacionales de diferentes administraciones gubernamentales que intentan enfrentar la inseguridad alimentaria y prevenir la desnutrición. La inseguridad alimentaria y la prevención de la desnutrición han sido priorizadas variablemente por las autoridades gubernamentales y la sociedad durante los últimos 50 años en Guatemala, pero en las últimas dos décadas estos han pasado al primer plano de la agenda nacional. Sin embargo, este enfoque renovado ha producido pocos resultados. Los programas y las intervenciones no se han sostenido en el tiempo, los fondos se han reasignado y la sombra de la corrupción se cierne constantemente sobre estos. En total, la inseguridad alimentaria ha persistido en gran medida en muchos hogares y las tasas de desnutrición siguen sin mejorar. En este post, expongo cómo el abandono sistemático de la seguridad alimentaria como prioridad nacional es una forma de violencia estructural contra las personas más vulnerables de Guatemala. Esta situación se ha visto agravada por la pandemia del COVID-19.

Violencia como el problema con la inseguridad alimentaria

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (2008), la inseguridad alimentaria es la falta de “acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y una vida activa y saludable.” Las causas de la inseguridad alimentaria se extienden más allá del propio sistema alimentario. Los hogares que la padecen o son vulnerables surgen en estructuras sociales caracterizadas por la desigualdad. La inseguridad alimentaria es consecuencia de la violencia estructural (Booth and Pollard 2020).

El Estado de Guatemala fue construido para mantener privilegios económicos y sociales de un pequeño grupo de personas, mientras que a la mayoría se les niega sistemáticamente el acceso a ciertos bienes y servicios, como por ejemplo el acceso a la tierra. La vulnerabilidad a la inseguridad alimentaria se basa en una situación de abandono permanente a las necesidades de las personas influenciadas por la desigualdad económica, el racismo estructural y la falta de paridad de género. La situación se ha agravado por las demandas económicas del capitalismo neoliberal. En el país, si bien los gobiernos mantienen un interés sostenido en el discurso de eliminar la inseguridad alimentaria, existen pocos esfuerzos para transformar las estructuras que causan el problema.

Además, la inseguridad alimentaria no es una medida neutra. La inseguridad alimentaria y el concepto que la acompaña de seguridad alimentaria depolitizan el hambre al difuminar sus causas estructurales y transformarla en un problema técnico que se puede solucionar a nivel individual (Carney 2015). Este proceso refleja una comprensión de los alimentos como una mercancía en lugar de un derecho humano. En este contexto, la solución pertenece al ámbito de la asistencia alimentaria, la suplementación y la fortificación de los alimentos en lugar de superar la pobreza y las estructuras desiguales. Esto es particularmente importante en Guatemala, donde se desarrolló y comercializó la primera harina nutricionalmente mejorada para prevenir la desnutrición (Tartanac 2000), pero que aún tiene la tasa más alta de desnutrición crónica en el continente (Corvalán et al. 2017).

La perspectiva

La inseguridad alimentaria tiene muchas consecuencias para el individuo y su comunidad. Me centro aquí en las tasas de desnutrición para demostrar su costo humano y los impactos de la pandemia del COVID-19. A pesar del interés discursivo en la prevención de la inseguridad alimentaria y sus consecuencias, las políticas guatemaltecas no han tenido éxito en su erradicación. Los indicadores de desnutrición pueden ser antropométricos, bioquímicos o clínicos y pueden medirse tanto en adultos como en niños. Sin embargo, la salud pública ha centrado su atención en la desnutrición infantil y materna a nivel poblacional porque en individuos más jóvenes se pueden prevenir o revertir las consecuencias, lo que a su vez se traduce en expectativas más prometedoras para el futuro del niño y la población.

La desnutrición crónica, medida como la estatura lineal (talla/longitud) que es dos desviaciones estándar por debajo de lo que se define como normal para un niño, ha afectado a la mitad de los niños del país[1] desde que existen datos. La condición está relacionada a falta de acceso a alimentos nutritivos, servicios de salud, agua y saneamiento, todas condiciones estructurales. Las tasas son más altas entre los niños indígenas del área rural,[2] lo que muestra cómo algunos grupos han sido históricamente abandonados y desatendidos por el estado.

La desnutrición aguda, medida como un peso por debajo de lo esperado para la talla/longitud de un niño, ha sido menos prevalente en el país.[3] Sin embargo, ha aumentado debido a la pandemia de COVID-19 y la crisis económica resultante. La pandemia ha agravado las condiciones estructurales relacionadas con la inseguridad alimentaria, lo que ha dejado a más niños en riesgo de padecer desnutrición aguda.

¿Posibles soluciones?

Hay dos enfoques para comprender y resolver la inseguridad alimentaria y la desnutrición: seguridad alimentaria y soberanía alimentaria. Cada uno de estos tiene orígenes independientes, fundamentos teóricos diferentes y reflejan diferentes supuestos de valor con respecto a los alimentos, los sistemas alimentarios y el hambre (Carney 2012). Por tanto, cada uno de estos enfoques producirá resultados diferentes.

La seguridad alimentaria, vinculada a las políticas agrícolas tipificadas por la Revolución Verde, está asociada a los programas de “ayuda alimentaria” que Estados Unidos estableció en todo el mundo desde la década de 1970. Este enfoque considera que el problema está relacionado con la falta de conocimientos y soluciones prácticas y, por lo general, ofrece soluciones técnicas rápidas, como la fortificación de alimentos y la biofortificación. Este enfoque no aborda las causas estructurales del problema y, a menudo, agrava la condición al individualizar el problema y las soluciones propuestas.

Los planes e intervenciones para resolver la desnutrición en Guatemala están alineados con el enfoque de seguridad alimentaria mediante el uso de soluciones técnicas. Uno de los primeros intentos por solucionar la desnutrición en el país fue una solución técnica, el desarrollo de una harina nutricionalmente mejorada destinada a preparar atol. Esta harina fue creada a mediados del siglo XX por un instituto de investigación académico y poco después la fórmula fue transferida a una empresa de alimentos para su comercialización. Hoy en día, todos en Guatemala conocen (y probablemente han consumido regularmente) esta harina, pero la desnutrición persiste. Luego de eso, las políticas y programas de desarrollo incluyen regularmente el uso de una harina nutricionalmente mejorada para ser utilizada como alimento complementario para los niños como parte de las intervenciones. Si bien los partidarios ven estas intervenciones como una solución para la desnutrición, la adquisición de estos suplementos ha sido cuestionada bajo varias administraciones por prácticas corruptas.

 Una taza naranja contiene atol y se sienta sobre una manta de rayas azules y verdes.

Atol. Foto de Andrea Diaz.

Otro problema es la falta de financiamiento gubernamental constante para resolver el problema y el énfasis en encontrar soluciones a través de la caridad. Esto lo ejemplifica el presidente pidiendo centavitos a los ciudadanos. Pero este énfasis generalizado en la caridad para resolver el problema existe en todos los niveles. Siendo guatemalteca, he sido testigo de cómo muchos proyectos son apoyados por donaciones, lo que eventualmente conduce a su falta de sostenibilidad. Aquí no digo que la caridad sea mala en sí misma, de hecho, creo que es necesaria en este momento, sobre todo si se entiende y se practica como un acto solidario. Lo que estoy tratando de decir aquí es que otros temas que podrían generar grandes mejoras, como la adecuada potabilización del agua y el financiamiento suficiente para los programas, son constantemente puestos en segundo plano y, a veces, completamente ignorados. Esta condición ayuda a reproducir las estructuras sociales y económicas que mantienen la inseguridad alimentaria a lo largo del tiempo en Guatemala perpetuando esta violencia contra los más vulnerables.

Un enfoque más reciente para resolver el problema de la desnutrición es la soberanía alimentaria. Esta se basa en un enfoque del sistema alimentario basado en derechos y requiere la participación y la toma de decisiones soberanas de aquellos directamente afectados por el problema. La soberanía alimentaria implica organización comunitaria, participación y reconocimiento de la agencia de cada comunidad para establecer su propia relación con la alimentación. La práctica de la soberanía alimentaria suele estar relacionada con técnicas agroecológicas y cada vez atrae más atención en Guatemala (Copeland 2019). Además en Guatemala se usa la técnica agrícola tradicional mesoamericana de la milpa, en la que los agricultores intercalan maíz con frijoles, calabazas, hierbas y otras plantas útiles que se destinan principalmente al consumo familiar.

Conclusión

Mientras escribo esta conclusión, ha habido poca o ninguna mejora en la situación de inseguridad alimentaria en Guatemala. Las tasas de desnutrición permanecen estancadas o están empeorando. A pesar de realizar actos de caridad como los referidos en la presentación  al inicio de este post, el gobierno guatemalteco históricamente ha abandonado el tema de la seguridad alimentaria. Existe una falta sostenida de interés político en programas coherentes y las intervenciones rara vez se mantienen en el tiempo. La financiación es escasa y propensa a una gestión corrupta. Incluso con la severa crisis producida por la pandemia COVID-19, las autoridades no han prestado al tema la atención que requiere. Al pedir los “centavos” de sobra, el presidente ha demostrado claramente su falta de compromiso real con el tema.

Sin embargo, parte de mi argumento aquí es que existen otras posibilidades. Para solucionar la violencia producida por la inseguridad alimentaria y la desnutrición es urgente traducir el interés que se muestra en los actos de caridad y convertirlo en esfuerzos comunales tangibles y sostenidos, como dijo el presidente guatemalteco, para atender a los más vulnerables. Explorar adecuadamente un enfoque diferente al problema de la inseguridad alimentaria significa atender las realidades actuales y construir futuros diferentes donde todos tengan todo lo que necesitan en la vida. Este es un asunto inaplazable en un país donde uno de cada dos niños tiene algún grado de desnutrición.

Nota: aunque se respetó el contenido, la forma y el tono de este texto esta es una traducción libre.

Notas

[1] El 46.5% de los niños exhibe síntomas de la condición (Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social et al., 2017).

[2] Las tasas de desnutrición crónica son significativamente más altas entre niños del área rural (53.0% comparado con 34.6% urbano) e indígenas (58.0% comparado con 34.2% no indígenas) (Gobierno de la República  de Guatemala, 2020).

[3] De acuerdo al registro oficial en 2019, hubieron 4080 casos de desnutrición aguda para el final de la semana epidemiológica 15. En cambio en la misma semana de 2020 hubieron 10116 y, al momento que escribo esto en 2021 hay 9428 (Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social 2021).


Referencias

Booth, Sue, and Christina Mary Pollard. 2020. “Food Insecurity, Food Crimes and Structural Violence: An Australian Perspective.” Australian and New Zealand Journal of Public Health 44(2): 87–88.

Carney, Megan. 2012. “‘Food Security’ and ‘Food Sovereignty’: What Frameworks Are Best Suited for Social Equity in Food Systems?” Journal of Agriculture, Food Systems, and Community Development 2(2): 71–87.

Carney, Megan. 2015. The Unending Hunger: Tracing Women and Food Insecurity Across Borders. Berkeley: University of California Press.

Copeland, Nicholas. 2019. “Linking the Defense of Territory to Food Sovereignty: Peasant Environmentalisms and Extractive Neoliberalism in Guatemala.” Journal of Agrarian Change 19(1): 21–40.

Corvalán, Camila, Maria L. Garmendia, Jessica Jones‐Smith, et al. 2017. “Nutrition Status of Children in Latin America.” Obesity Reviews 18(S2): 7–18.

Food and Agriculture Organization of the United and Nations. 2008. An Introduction to the Basic Concepts of Food Security.

Gobierno de la República and de Guatemala. 2020. Cruzada Nacional Por La Nutrición. Guatemala: Gobierno de la República de Guatemala.

Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social. 2021. “Situación Epidemiológica de la Desnutrición Aguda (DA) (Moderada y Severa) en Niños Menores de 5 Años a la Semana Epidemiológica 15.”

Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, Instituto Nacional de Estadística, and Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia. 2017. VI Encuesta Nacional de Salud Materno Infantil 2014-2015.

Tartanac, Florence. 2000. “Incaparina and Other Incaparina-Based Foods: Experience of INCAP in Central America.” Food and Nutrition Bulletin 21(1): 49–54.

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