Introducción: Satélite Túpac Katari
En 2013, Bolivia se convirtió en el último país de Sudamérica en lanzar un satélite de telecomunicaciones. El gobierno externalizó la construcción y lanzamiento de este satélite a la República Popular de China por 302 millones de dólares. El primer presidente indígena de Bolivia, Evo Morales, asistió al lanzamiento en Xichang, China mientras muchos bolivianos en la capital, La Paz, vieron este evento en enormes pantallas instaladas en plazas públicas. Todos aplaudieron viendo escalar el satélite, llamado en honor al líder indígena del siglo 18, Túpac Katari.
Katari fue un líder revolucionario y en 1781 consolidó fuerzas indígenas y no-indígenas para sitiar a La Paz, siendo su objetivo la eliminación del control colonial que los españoles tenían sobre esta región. En el apogeo de este ciclo de insurrecciones, más que 100,000 personas se sumaron a la rebelión, pero después de varios meses las fuerzas españolas capturaron a Katari. Él fue condenado a ser ejecutado y descuartizado, y sus últimas palabras fueron: “Moriré, pero volveré y seré millones.”
Esta historia, muy conocida en Bolivia, se convirtió en inspiración para dibujos y memes que representaban un satélite gritando “Volveré y costaré millones.” Pero muchos fuera de Bolivia, que no entendieron el juego de palabras, rieron también. Para ellos, la idea de Bolivia financiando este tipo de proyecto, y específicamente nombrándolo por un líder indígena, casi rayaba en el absurdo. En la imaginación de los consumidores de medios del Atlántico Norte, Bolivia usualmente es un símbolo de los “lugares apartados” del mundo. Se le menciona en películas como un lugar donde se envían y ocultan desechos químicos (“Quiero matar a mi jefe” por Seth Gordon), y es una tierra de “niños descalzos que necesitan parientes adoptivos” (“Manhattan” por Woody Allen). En dos ocasiones, John Oliver ha empezado un segmento sobre Bolivia con un mapa mal etiquetado, jugando con el supuesto de que la mayoría del público no puede ubicar a este país en el mapa. Por su parte, las imágenes producidas por el Ministerio del Turismo boliviano destacan escenas pastorales, llamas, y mujeres con mantas de aguayo. ¿Qué utilidad puede tener para estas personas, escasamente reconocidas como seres coetáneos, el lanzamiento de un satélite de telecomunicaciones?
La anomalía de tecnología indígena
Estas reacciones están entrelazadas con formas de comprender la indigeneidad. Desde el Atlántico Norte, y también dentro de Latina América, se entiende a Bolivia como sinónimo de indigeneidad (pero no sin comentario de los bolivianos no-indígenas—i.e. Gustafson 2006). Aproximadamente 60% de los bolivianos se identifican como indígenas, el porcentaje más alto en las Américas (Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía—CELADE 2012). Como cuenta Philip Deloria (2004), con frecuencia hay una “aura de lo inesperado” que acompaña el tratamiento de la gente indígena manejando tecnologías modernas. Estos casos son enmarcados como “anomalías.” En este sentido, “lo inesperado” surge de y refuerza nociones que los indígenas ha sido aislados culturalmente, siguen confinados a tradiciones antiguas, y no están integrados al capitalismo de consumo asociado con el desarrollo de tecnologías. Estas representaciones no solo esconden las maneras en que las fuerzas del capitalismo globalizado han impactado a la población indígena (usualmente por despojo y explotación), pero además orientan al público extranjero a comprender las experiencias de los indígenas como antitéticas a la tecnología.
Tejedoras de alta tecnología
En 2015, empezaron circular por el mundo noticias sobre mujeres bolivianas creando dispositivos oclusores, usadas para cerrar una apertura entre válvulas cardíacas con malformaciones congénitas. Reportajes periodísticos enmarcaron la participación de estas mujeres como una anomalía. Mientras los oclusores para adultos se producen en masa, los infantes con dichos defectos requieren un dispositivo demasiado pequeño para ser hecho industrialmente. En cambio, las mujeres aymaras de La Paz han sido reclutadas para tejer los dispositivos con alambre fino. Un artículo de la BBC empieza “Las mujeres indígenas Aymaras tienen siglos de experiencia tejiendo lana en gorros, chompas, y mantas distintivas. Ahora, están aplicando su experiencia a un productor medico de alta tecnología.” El artículo sigue notando que tales innovaciones son bienvenidas, dado que Bolivia es el país más pobre de las Américas continentales, y falta recursos de hospitales avanzados.
Las tejedoras, quienes usualmente aparecen sin nombre, sirven como una introducción llamativa a estos artículos. Después los reportajes prestan atención al creador de la tecnología, Franz Freudenthal. Mientras Freudenthal también es boliviano, tiene un nombre indicativo de su ascendencia alemana, y tiene un aspecto que coincide con su nombre. Freudenthal está representado como el innovador, mientras las mujeres son descritas como un ejército bajo su dirección. Las habilidades de tejido de las mujeres están enmarcadas como una forma de conocimiento inherente a las indígenas, y que ahora se reutiliza y moviliza, no por su propia capacidad de innovación, pero transformada en un adelanto tecnológico solo gracias a la asociación con un líder no-indígena. Este tipo de reportaje capitaliza en la anomalía de mujeres indígenas para atraer lectores, después trastoca el aura de lo inesperado concentrando en una persona no-indígena la verdadera innovación.
Campesinas Inventoras
No mucho antes de comenzaron circular los reportajes sobre las tejedoras, Erika Mamani (de 11 años) y Esmeralda Quispe (de 12 años) construyeron un brazo hidráulico, y ganaron la Olimpiada Científica de La Paz. Los periódicos bolivianos retomaron su historia, maravillados por su habilidad para lograr la hazaña a una edad tan joven y usando solo materiales reciclados. Los periódicos también se concentraron en su residencia en un pueblo de 550 personas en la orilla del Lago Titicaca, narrando sus vidas cotidianas. Detallan su camino a la escuela que toma 90 minutos en bicicleta, su alegría en perfeccionar su ortografía en aymara, el idioma indígena de la región. Los artículos además mencionan sus actividades después de la escuela, incluyendo que ellas reúnen ovejas, y describen en detalle su ropa—el estilo ‘de pollera’ asociada con mujeres indígenas rurales.
Antes que el gobierno boliviano pudiera reconocer a las niñas con medallas y una recepción, la campaña de Facebook, nombrada Internet.org (ahora llamada Free Basics) retrató a Mamani y Quispe como sus representantes. Free Basics apunta a traer acceso a Internet a aquellos en áreas del mundo que están sin conectividad. Produjo un video protagonizado por ellas, con el mismo tono usado por los periódicos; caminando en los Andes; en su humilde sala de clase, con Wiphala en la mano, y navegando el Lago Titicaca en un barco de totora. El narrador del video resalta que las niñas no tuvieron acceso al Internet mientras construyendo su brazo. “Y el Internet habría ayudado, mucho” la voz masculina enfatiza. “Por eso necesitamos conectarlas… Cuanto más nos conectamos, mejor se pone.”
Mucha gente de todas partes ha criticado a Free Basics como una afrenta a la “net neutrality” o “neutralidad de la red” (The Guardian se refirió a eso como “colonialismo digital”), y en Bolivia protestó tanta gente que el servicio se descontinuó en 2016. Pero más específicamente, como en muchos de los medios del Atlántico Norte, las representaciones de los pueblos indígenas del Sur Global en el video utilizan simbolismo indígena (la ropa de las niñas y la Wiphala), tecnología tradicionales (el barco de totora), y paisajes prístinos (los Andes y el Lago Titicaca) para retratar como anómalo el trayecto de Mamani y Quispe. No menciona desigualdades globales, pobreza, o la política neo-imperial (por parte tanto de los Estado Unidos, como de adversarios regionales como Chile) que han fomentado circunstancias en las que muchos bolivianos viven con poco o ningún acceso al Internet. Para un público global que solo entiende Bolivia como un lugar con “niños descalzos,” la representación de Mamani y Quispe confirma conocimientos reductivos de las vidas de gente del “tercer mundo,” mientras se ofrece un remedio sencillo al problema de desigualdad global con una solución técnica.
Hacia un mejor conocimiento de la gente indígena y la tecnología
Equilibrar la representación de aspectos culturales de la gente indígena y su manejo de tecnología sin exotismos no es fácil. Pero representaciones que no se basen en lo exótico pueden apoyar mejor entendimiento que la gente indígena es capaz de, interesada en, y ya manejando crecimiento tecnológico. El manejo de tecnología es clave para que la gente indígena avance hacia los objetivos de levantar estándares de educación, salud, y calidad de vida. Imaginar que los indígenas son contrarios al avance tecnológico los enmarca como si no requieren alta calidad de vida. Ignorando los apuntalamientos históricos, económicos y neocoloniales de estos malentendidos, naturalizamos la discriminación e implícitamente se justifican desigualdades. Con mayor reconocimiento del manejo tecnológico indígena, y normalizando su tratamiento en los medios, podemos avanzar hacia un mundo donde los indígenas tengan una mejor posición para usar tecnología en comunicaciones, proyectos económicos, educación, salud, revitalización del idioma, desarrollo y renovación social en sus propios términos. Esto, en parte, permitiría una respuesta autónoma a sus propias necesidades, en lugar de estar siempre sujeto a las soluciones de los demás para imponen sobre ellos.
Esta publicación fue edita por Jorge Montesinos.
References
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