Un pasaje de la novela Temporada de Huracanes, de Fernanda Melchor, dice así:
La Matosa tardó en volver a poblarse y llenarse otra vez de chozas y tendejones levantados sobre los huesos de los que quedaron enterrados bajo el cerro, gente de fuera, en su mayoría atraída por la construcción de la carretera nueva que atravesaría Villa para unir con el puerto y la capital los pozos petroleros recién descubiertos al norte, allá por Palogacho, una obra para la que se levantaron barracas y fondas y con el tiempo cantinas, posadas, congales y puteros en donde los choferes y los operadores y los comerciantes de paso y los jornaleros se detenían para escapar un rato de la monotonía de aquella carretera flanqueada de cañas, kilómetros y kilómetros de cañas y pastos y carrizos que tupían la tierra, desde el borde mismo del asfalto hasta las faldas de la sierra al oeste, o hasta la costa abrupta del mar siempre furioso en aquel punto, al este; matas y matas y matorrales achaparrados cubiertos de enredaderas que en la época de lluvias crecían a velocidades escabrosas, que amenazaban con tragarse las casas y los cultivos y que los hombres mantenían a raya a punta de machete, encorvados a las orillas de la carretera, en los márgenes del río, entre los surcos de la labor, los pies metidos en la tierra caliente…” (2017)
Cuando la novela ganó el Premio Internacional de Literatura que otorga la Haus der Kulturen en Alemania, el jurado la describió como “la novela de la pobreza en el capitalismo global del siglo XXI” (HKW 2019). Si la pobreza parece central en esta obra, creo que es porque expone la economía política del petróleo desde la perspectiva situada de un sitio de extracción, explorando las relaciones violentas y explotadoras de trabajo y de género que sostienen y posibilitan la producción del combustible del capitalismo del siglo XX. Quiero decir que no es la pobreza sino más bien el capitalismo en su dimensión petrolera lo que podría considerarse central, y la pobreza parte de su mundo social.
En este pequeño ensayo quiero utilizar un enfoque similar para explorar el litio, un componente esencial de las baterías de iones de litio, que han sido llamadas “la columna vertebral o el ‘santo grial’ de la transición hacia una economía de energía limpia y bajas emisiones de carbono” (Heredia & Allende 2019). No me quiero centrar en el litio, sino más bien en las relaciones sociales, conexiones y conflictos alrededor de su existencia como elemento central en las infraestructuras técnicas del almacenamiento de energía limpia, un poder literal del capitalismo verde.
Al repasar brevemente su biografía social (un enfoque que se encuentra en su mejor expresión en obras como Dulzura y Poder de Sidney Mintz), espero ofrecer un ejemplo de cómo la antropología puede interrogar los trucos de magia y las soluciones tecnológicas que han surgido en el contexto de la cooperación global para la mitigación del cambio climático.
Viendo la Luz
El litio no es un elemento escaso. Se encuentra en todo el mundo en rocas volcánicas y debajo de salares. Sus mayores concentraciones están en Australia, la República Democrática del Congo (RDC) y el “Triángulo del Litio,” formado por Bolivia, Chile y Argentina, que por sí solo contiene más del 75% de las reservas conocidas (Ahmad 2020). En Australia y la RDC, se extraen pegmatitas mediante el sistema de mina a cielo abierto, luego se trituran y tratan para eliminar otros minerales y obtener espodumena, que se procesa posteriormente para obtener litio. En el Triángulo del Litio, la corteza de los salares se perfora para bombear salmuera—agua con alta concentración de sales—desde debajo. La salmuera se evapora en estanques bajo el sol y la mezcla resultante de sales se exporta para ser procesada y obtener litio puro.
Aunque el litio se conoce desde 1817 y se ha utilizado como medicina desde el siglo pasado, su importancia ha aumentado debido a las preocupaciones globales sobre el cambio climático. Junto con el cobalto, es un componente clave de las baterías de iones de litio recargables y de carga rápida, que pueden almacenar grandes cantidades de energía de fuentes no fósiles, como el sol, el mar y el viento. Estas baterías son especialmente atractivas para la industria de vehículos eléctricos (VE).
En la encrucijada de un modelo dominado por los combustibles fósiles y el impulso hacia la energía limpia, los esfuerzos para electrificar y descarbonizar las máquinas, motores y mecanismos que consumen energía se han intensificado. Como señala Jens Kersten, el capitalismo “no es ciego al cambio climático ni a los problemas sociales y ecológicos que lo rodean; más bien, quiere ser parte de su ‘solución'” (2013: 43). Este contexto ha sido moldeado por acuerdos y colaboraciones entre gobiernos, ONGs, universidades e instituciones de investigación, un “contrato social global” en la lucha conjunta y guiada por el mercado contra el cambio climático, puesto en marcha por el Acuerdo de París de 2015, firmado por 195 países, que estableció como objetivo una reducción del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030.
China lidera la producción y el consumo de vehículos eléctricos, produciendo alrededor del 80% de las baterías de iones de litio del mundo (Sanders 2022) y ha implementado una serie de subsidios y beneficios para los propietarios de VE con el fin de incentivar la transición hacia la electromovilidad. Países como los Países Bajos, Francia y Alemania planean prohibir pronto los vehículos que utilizan gasolina. La fábrica más grande de baterías del mundo está en Estados Unidos, y empresas mineras estadounidenses como Albemarle controlan una buena parte de la extracción de litio a nivel mundial. Informes del gobierno de los EE. UU. han destacado la necesidad de “colaborar con Argentina, Bolivia y Chile en la lucha contra el cambio climático,” dado “tanto la importancia del litio para el desarrollo de tecnologías de energía limpia como la vasta cantidad de reservas de litio comercialmente viables en el Triángulo del Litio” (Berg & Sady-Kennedy 2021).
Conflictos de Identidad
Sin embargo, la extracción de litio está lejos de ser limpia. La minería a cielo abierto, como se hace en la RDC, degrada el suelo, produce desechos tóxicos, contamina el agua y ha implicado históricamente prácticas laborales explotadoras y peligrosas (Niarchos 2021).
En el Triángulo del Litio en Sudamérica, la extracción de salmuera usa agua de manera intensiva, lo que amenaza el ya escaso suministro de agua en la región de Atacama y afecta profundamente a las comunidades indígenas. El antropólogo Cristóbal Bonelli y la microbióloga Cristina Dorador (2021) han llamado a la perturbación de los salares causada por la extracción de litio “microdesastres,” destacando cómo estas actividades alteran las relaciones microbiológicas entre humanos y ecosistemas, y la interdependencia entre la vida humana y no humana.
En Chile, los conflictos entre el Estado, las empresas de litio y las comunidades indígenas se centran en los derechos para extraer y usar agua y tierra. Aunque existen acuerdos como el Convenio 169 de la OIT, la salmuera se define legalmente como un recurso minero y no como un cuerpo de agua. Este marco legal ignora las complejidades hidrosociales de los salares y su importancia como fuente de agua para los pueblos indígenas que viven en esas áreas. Las comunidades defienden los salares como territorios de agua, vitales para la vida, mientras que las empresas insisten en que “la salmuera es inútil para cualquier cosa, salvo para ser depositada y evaporada para obtener los minerales que contiene” (Entrevista con gerente de la empresa de litio Albemarle, en Jeréz, Garcés & Torres 2021).
Estas diferentes percepciones de la salmuera reflejan formas divergentes de valorar la misma sustancia. Como argumenta Appadurai, el valor es “mediado políticamente por estrategias individuales e institucionales” (1986: 12). Para las empresas, la salmuera es una fuente de litio, parte de una narrativa de un futuro donde el daño ambiental ha sido relegado al pasado. Para las comunidades, la salmuera es una fuente de agua, esencial para la vida en el presente.
Como mercancía dentro del mercado global de energía verde, el litio fácilmente se desconecta de sus orígenes extractivos y de sus relaciones sociales de producción. Al ser materiales cruciales para la transición del petrocapitalismo al capitalismo verde -uno explícitamente depredador y ecológicamente dañino y el otro imaginado como limpio y sostenible—el litio y el cobalto arrastran con ellos tensiones, fricciones y paradojas no resueltas que dan lugar, creo yo, a herramientas mágicas. Como señaló un representante de Albemarle, “cada kilogramo de litio que se produce permite que se eviten magnitudes de emisiones de gases de efecto invernadero a través de kilómetros verdes recorridos por vehículos eléctricos” (Palmer 2021): en este marco, la única contribución humana a la mitigación del cambio climático es comprar y conducir un vehículo eléctrico, y el resto es magia.
Trucos de Magia
En su estudio etnográfico sobre los parques eólicos en Oaxaca, México, Cymene Howe y Dominic Boyer argumentan que los desarrollos de energía limpia en territorios indígenas, dada la falta de una consulta adecuada y el creciente riesgo de desplazamiento para las personas que allí habitan, podrían legitimar la explotación de recursos y el extractivismo bajo el pretexto de la mitigación del cambio climático, lo que podría resultar en “una forma de imperialismo climatológico en la que se asigna al Sur Global la tarea de rehabilitar al Norte Global (históricamente mucho más contaminante)” (2016: 218). De manera similar, la extracción de litio ha sido descrita como “extractivismo verde,” donde las prácticas extractivas realizadas en el contexto de la mitigación del cambio climático terminan “trasladando el costo ambiental de los estilos de vida decarbonizados del Norte Global a las ecologías del Sur Global” (Jeréz, Garcés, & Torres, 2021: 3).
En última instancia, la producción de nuevas formas de energía sigue entrelazada con las estructuras políticas y económicas de la modernidad colonial y de carbón, como Timothy Mitchell llamó a la era del capitalismo y la democracia impulsados por el petróleo (Mitchell, 2011). Esto plantea preguntas como las que formula la Red Mexicana de Afectados por la Minería (REMA):
“La propuesta hegemónica construida para enfrentar la crisis socioecológica producida por el sistema capitalista intenta reemplazar la matriz energética fósil por otras fuentes de energía, sin tocar el modelo de acumulación, explotación y consumo que este modelo sostiene. Proponen una transición en la que el ganador es el sistema capitalista, colonial y patriarcal que causa esta misma crisis; nosotros exigimos una reformulación socioecológica que tenga en su centro la siguiente pregunta: ¿energía para qué y para quién?” (REMA s.f.).
Más que solo preguntas, estos entrelazamientos suelen llevar a resultados violentos. En toda América Latina, la defensa del territorio, especialmente ante proyectos de infraestructura respaldados por el Estado, es un trabajo letal (Galarraga, Hernández & Maldonado, 2022; Gudynas, 2009).
Estas tensiones revelan que la producción del futuro de la energía verde implica desligar su maquinaria de las relaciones sociales que en realidad la hacen posible. El litio y el cobalto son símbolos, un medio que sirve para delinear los contornos de un modelo energético que pretende superar la dependencia de los combustibles fósiles, pero que lleva profundamente arraigados los conflictos que sostienen la transición energética.
Volviendo al inicio de este texto, he intentado esbozar una biografía social inicial del litio, y quisiera sugerir que los materiales esenciales para la transición energética ofrecen un terreno fértil para el estudio antropológico. Con un enfoque de economía política y biografía social de la minería y los minerales, podemos trazar sus recorridos y descubrir las relaciones sociales, el trabajo y las narrativas que hacen que la transición parezca fluida y abstracta. Proyectos como Worlds of Lithium han hecho un gran trabajo en este campo. Como si fuéramos geólogxs, si examinamos de cerca estos materiales, aprendemos sus historias íntimas y construimos sus historias sociales, podemos adentrarnos en los trucos mágicos que hacen que nuestros futuros parezcan una continuación fluida y sin esfuerzo de nuestro presente.
Referencias
Ahmad, S. (2020). ‘The Lithium Triangle: where Chile, Argentina, and Bolivia meet’, Harvard International Review, 15 January.
Appadurai, A. (1986). The Social Life of Things: Commodities in Cultural Perspective. Cambridge: Cambridge University Press.
Berg, R & Sady-Kennedy, A. (2021). ‘South America’s lithium triangle: Opportunities for the Biden administration’, Center for Strategic and International Studies.
Bonelli, C. & Dorador, C. (2021). ‘Endangered salares: micro disasters in Northern Chile’, Tapuya: Latin American Science, Technology, and Society, 4(1).
Boyer, D. (2019). Energopolitics. Wind and Power in the Anthropocene. Durham: Duke University Press.
Galarraga, N., Hernández, J., & Maldonado, C. (2022). ‘Un continente mortal para los defensores de la tierra’, El País, 18 June.
Gudynas, E. (2009). ‘Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo’, in Extractivismo, política y sociedad. Quito: Centro Andino de Acción Popular & Centro LatinoAmericano de Ecología Social.
Heredia, F. & Allende, J. M. (2019). ‘Battery minerals: a view on lithium brine projects in Latin America’, Lexocology GTDT Practice Guide to Mining.
HKW (2019). ‘Prize for Contemporary Literature in Translation 2019’
Howe, C. & Boyer, D. (2016). ‘Aeolian extractivisim and community wind in southern Mexico’, Public Culture, 28(2): 215-235.
Howe, C. (2019). Ecologics. Wind and Power in the Anthropocene. Durham: Duke University Press.
Jeréz, B., Garcés, I., & Torres, R. (2021). ‘Lithium extractivism and water injustices in the Salar de Atacama, Chile: The colonial shadow of green electromobility’, Political Geography, 87.
Kersten, J. (2013). ‘A new political anthropology for the Anthropocene?’, RCC Perspectives, 3: 39-56.
Melchor, F. (2017). Temporada de huracanes. CDMX: Random House.
Mintz, S. (1996). Dulzura y poder. El lugar del azúcar en la historia moderna. Siglo XXI.
Mitchell, T. (2011). Carbon Democracy. Political Power in the Age of Oil. London: Verso.
Niarchos, N. (2021). ‘The dark side of Congo’s cobalt rush’, The New Yorker, 24 May.
Palmer, C. (2021). ‘Can Chile avoid resource curse from lithium?’, Reuters Events, 16 March.
REMA (n.d). ‘Minería y transición energética capitalista’.
Sanders, R. (2022). ‘The uncertain politics of South American lithium’, The National Interest.
1 Comment
Maria Fernanda,
Sin estar de acuerdo con todos tus argumentos, expones de manera correcta el problema que se presenta en la reconciliación entre intereses de las sociedades avanzadas y los pueblos indígenas, y la necesidad de dar más participación a éstas en las decisiones que afectan a su entorno.
Las empresas mineras son actores necesarios para satisfacer el suministro de materiales necesarios para cualquier actividad, desde la agricultura a la industria, y el objetivo debe ser que los impactos que se produzcan, porque toda actividad humana genera impactos, sean controlados y mitigados. Afortunadamente la minería, como todos los sectores industriales, ha evolucionado sustancialmente en los últimos 100 años y puede y debe hacerse de una forma distinta a como se hacía a comienzos del siglo pasado.
Tan sólo un apunte, la imagen que incluyes para representar la actividad minera en DRC no se corresponde con el proyecto de Manono, es una imagen de la mina de cobre de Bingham Canyon en Utah, mina que ha estado en funcionamiento desde hace más de 150 años.
Un saludo,
Jorge Garcia