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Violencia anti-queer, testimonio, y el pensamiento algorítmico en redes sociales

A principios de junio de 2019 empezaron a salir noticias de la muerte de una mujer trans salvadoreña, Johana Median León, de neumonía, cuatro días después de salir de seis de semanas bajo custodia del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas). En poco tiempo, mi Facebook se llenó de historias que detallaban la persecución a la que fue sometida Johana en El Salvador por su identidad de género; su viaje peligroso a los Estados Unidos para pedir asilo; y los momentos finales en los que intentaba salvar su propia vida, ya que nadie más lo haría. Podría haberse salvado, si se le hubieran dado los recursos necesarios. En El Salvador era enfermera. La muerte de Johana es trágica por muchas razones, entre ellas el hecho de que—de no haber sido por las redes sociales—probablemente hubiera pasado desapercibida.

Una joven trans mira la cámara. Viste un abrigo azul marino, tiene tez bronceada, y pelo castaño claro, rapado en el lado derecho y largo en el lado izquierdo. Detrás de ella hay una gran planta verde.

Johana Media León (Foto: Diversidad Sin Fronteras

Con la creciente ubicuidad de las redes sociales, estas se han transformado no solo en herramientas de comunicación y sociabilidad, sino también en ser testigo de eventos, experiencias, y personas de las que antes estábamos aislados. Pero ¿qué significa ser testigo online? Y si pensamos las redes sociales como herramientas para ser testigo, ¿qué puede brindarle esa manera de pensar a los estudios de la ciencia y la tecnología en cuanto a lo queer/cuir? ¿Qué podemos aprender de los algoritmos anónimos que organizan nuestro contenido sobre las conexiones interpersonales que tal vez no hayamos dimensionado?

Testigos transnacionales

La muerte de Johana llega en un momento sumamente difícil en la historia queer/cuir de los EEUU. Nuestros líderes han dado pasos para sacar a soldadxs trans de las fuerzas armadas, prevenir la adopción de niñxs por ma/padres del mismo sexo y hasta prohibir que se alce la bandera de la diversidad en sus embajadas. No obstante, migrantes queer/cuir siguen arriesgando su vida para pedir asilo, bajo el pensamiento de que si bien su derechos fundamentales están bajo ataque en EEUU, sigue siendo menos peligroso que las situaciones de las que vienen. En el caso de Johana, tenía razón; su fallo positivo de “miedo creíble”—el cual le habría eventualmente permitido el asilo—se había dictado dos semanas antes. Aún se desconoce el motivo por el que la mantuvieron bajo custodia hasta poco antes de su muerte.

Desafortunadamente, la muerte de Johana es una más de muchas muertes trans y queer/cuir que últimamente han dominado mi Facebook. Como antropólogo del movimiento trans chileno, he observado desde lejos con horror la reciente ola de ataques de odio—inclusive ataques verbales y físicos—que ha experimentado la comunidad LGBTQIA+/Queer/Cuir. A pesar de la aprobación de la Ley Antidiscriminación (2012)—que incluye a la diversidad sexual y de género—y la Ley de Identidad de Género (2018), la comunidad ha visto una alza preocupante en el numero de ataques trans/homofóbicos en los últimos años. Este año ha sido especialmente brutal, ya que en una sola semana se registraron cuatro ataques, una de las cuales provocó la muerte de Alirio Andrade Almonacid, de 64 años. Esta tendencia no es solamente estadounidense o chilena; la violencia trans/homofóbica ha aumentado a nivel mundial, pero por primera vez en la historia humana podemos ser testigos ante esta violencia, a veces en el minuto o poco después de los hechos. Ya no podemos pensar en incidentes como la muerte de estos dos latinxs queer/cuir, separados por miles de kilómetros, como no relacionados.

Un hombre de más o menos 60, de cuerpo robusto, mira la cámara. Tiene el pelo castaño, corto y peinado hacia la derecha. Lleva una camiseta con grandes rayas verdes y negras, acompañadas por raya blancas más delgadas. La camiseta dice “Doo Aus.” Detrás de él hay un muro de piedra.

Alirio Andrade Almonacid (Foto: Movilh)

En los primeros años de Web 2.0, mucho se dijo del potencial de las redes sociales de unirnos (Costanza-Chock, 2008; Harlow & Harp, 2011), cruzando fronteras para construir comunidades sin la necesidad de contacto físico. Y, hasta cierto punto, esto se ha dado. Sin embargo, también nos han mostrado nuestros lados más oscuros, y han ayudado a sembrar la división que actualmente domina nuestro mundo. Estas tecnologías no distinguen entre hecho y falsedad; dependen de la labor y el juicio individual de humanos mal pagados, explotados y falibles para controlar una cantidad astronómica de contenido; y han ayudado a crear espacios donde el odio prospera.

Sin embargo, como demuestran las muertes de Johana, Alirio, e innumerables personas queer/cuir, las redes sociales también nos permiten ser testigos de estas atrocidades y entenderlas como conectadas, como parte de un sistema mundial que castiga la alteridad. De este modo, las redes sociales trascienden (la mayoría de las) fronteras, brindándonos el sentido de “estar ahí,” aunque estemos a miles de kilómetros. Nos recuerdan que como personas queer/cuir, aunque no nos llamemos todxs por el mismo nombre, y aunque no siempre estemos de acuerdo con las tácticas del otrx, la trans/homofobia no se limita ni nacional ni culturalmente y, por lo tanto, nosotros tampoco lo podemos hacer a la hora de acabar con ellas. Es más, como en el caso de Johana, nos demuestra que la trans/homofobia no se puede separar del racismo, xenofobia, y misoginia que también contribuyeron a su sufrimiento.

Nuestro Facebook, Twitter, o Instagram—desbordándose de noticias horribles como la muerte de Johana a manos del ICE, yuxtapuesta con las noticias de la golpiza sufrida por una pareja de jóvenes lesbianas en Chile, y de un supuesto orden de Donald Trump de aumentar las redadas migratorias en las próximas semanas—deben también recordarnos la necesidad de un activismo queer/cuir interseccional (Crenshaw 1991). Si bien el matrimonio igualitario ha cambiado para mejor las vidas de muchas personas queer/cuir (para mayor transparencia, la mía también), las redes sociales nos permiten ver más claro que nunca dónde nos ha fallado el matrimonio igualitario. Activistas y aliadxs comparten historias de personas con discapacidades que perderían sus beneficios si se casaran; de números récord de jóvenes queer/cuir que viven en situación de calle; y de migrantes queer/cuir, como Johana, a quiénes se les está negando el cuidado médico mínimo para poder sobrevivir.

Desafortunadamente, las redes sociales a veces se convierten en “cámaras de eco,” exponiéndonos a una cantidad indigerible de contenido relacionado con nuestros intereses y/o identidades. La reciente obsesión con la conectividad constante ha convertido nuestras vidas—sobretodo las de personas marginalizadas—en un bombardeo de noticias terribles. He ahí el otro peligro de las redes sociales. ¿Si nos desconectamos? ¿Compartimos algo, pero no toda la información que encontramos? ¿Este flujo digital constante de noticias, peticiones, y testimonios termina endureciéndonos hacia la violencia real, en carne viva? Aunque por lo general sospecho de críticas del llamado “activismo de sillón” (Cabrera, Matias, & Montoya, 2017; Jones, 2015), está cada día más claro que el simple hecho de compartir información en las redes sociales no basta (aunque repito, es muy importante.)

Cartografías Queer/Cuir

Más bien, y abogo por una revitalización de algunos de nuestros sueños de antaño para las redes sociales, que podamos conectarnos y construir comunidad con personas que tal vez nunca conozcamos en persona. En vez de rendirnos ante un torrente de malas noticias en nuestras pantallas, ¿qué pasa si nos inspiramos en los mismos algoritmos que categorizan nuestro contenido, para reimaginar cómo puede ser la comunidad queer/cuir? ¿Qué pasaría si participáramos de forma más activa en este proceso retroalimentador, inspirándonos en los artículos, amigos, y publicaciones sugeridos, y hasta en los anuncios para repensar nuestra conexiones? En esta “edad de redes sociales,” ¿cómo nos hacemos cargo del hecho de que se nos recuerde constantemente la desigualdad que enfrentan las personas queer/cuir por el mundo, sobretodo cuando las causas de tanta miseria son tan sistémicas que parecen inalcanzables?

Más que nada, ya no podemos (cuando digo nosotros hablo de los segmentos más privilegiados de la comunidad queer) fingir ignorancia. Ya no podemos tolerar que se hable de ciertos países y regiones como “inherentemente” homofóbicos y seguir ignorando la historia abismal de violencia contra personas queer/cuir en EEUU; ya no podemos separar la epidemia de la violencia policial contra personas negras y morenas en EEUU de la presencia de policías en nuestras celebraciones de Orgullo en todo EEUU; ya no podemos aceptar eventos por y para nuestras comunidades que no sean accesibles para personas con discapacidades; y ya no podemos fingir que los problemas de las comunidades trans y no binarias se separan categóricamente de los que afectan a las comunidades gay, lesbiana y bisexuales.

Yo propongo que pensemos las redes sociales, a pesar de sus numerosos problemas éticos, como una cartografía queer/cuir que demuestra y da vida a las posibilidades de conexión queer/cuir que aprende y mira más allá de lo algorítmico. Es decir, podríamos llegar a entendernos como profundamente conectados—como ya nos ven nuestras redes sociales—por ejes inesperados, y llevar el yugo de los problemas de personas queer/cuir por el mundo como uno propio. Aunque leamos, compartamos, demos “me gusta”, retuitiemos, donemos fondos, o empecemos una iniciativa, esta orientación afectiva hacia lxs otrxs nos exige no solo que seamos testigos; nos exige acción.

Una bandera arcoíris (de arriba para abajo rojo, naranjo, amarillo, verde, azul marino, y morado) con un triangulo al lado izquierdo que incorpora negro, care, celeste, rosado, y blanco

Una nueva propuesta de bandera del Orgullo, diseñado por Daniel Quasar

La muerte de Johana Medina León no fue la primera como consecuencia de la custodia del ICE, y probablemente no sea la última. Alirio Andrade no fue ni siquiera el ultimo chileno queer/cuir en sufrir un ataque durante esa semana. Aunque las redes sociales sin duda han ayudado a brindarles visibilidad a casos así, que de otra forma probablemente no saldrían a la luz, estas tecnologías pueden ser de gran importancia para las luchas de justicia social de otras maneras también. La yuxtaposición—por un algoritmo anónimo—de sus muertes con otras noticias de ataques contra la comunidad queer/cuir por el mundo, pone al descubierto las lógicas de racismo, misoginia, y trans/homofobia que siguen oprimiendo a personas queer/cuir, y a otras personas marginalizadas también. A pesar de sus numerosas limitaciones y dilemas éticos, las redes sociales—como inspiración para nuevas formas de sociabilidad queer/cuir—pueden ser parte de la solución.

NB: Muchas gracias a Noah Pozo por la edición de este texto en español

References

Cabrera, Nolan L, Cheryl E Matias, and Roberto Montoya. 2017. “Activism or Slacktivism? The Potential and Pitfalls of Social Media in Contemporary Student Activism Activism or Slacktivism? The Potential and Pitfalls of Social Media in Contemporary Student Activism.” Journal of Diversity in Higher Education.

Costanza-Chock, Sasha. 2008. “The Immigrant Rights Movement on the Net: Between ‘Web 2.0’ and Comunicación Popular.” American Quarterly 60 (3): 851–64.

Crenshaw, Kimberle. 1991. “Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color.” Stanford Law Review 43 (6): 1241–99. https://doi.org/10.2307/1229039.

Harlow, S. 2012. “Social Media and Social Movements: Facebook and an Online Guatemalan Justice Movement That Moved Offline.” New Media & Society 14 (2): 225–43. https://doi.org/10.1177/1461444811410408.

Jones, Cat. 2015. “Slacktivism and the Social Benefits of Social Video: Sharing a Video to ‘Help’ a Cause.” First Monday 20 (5). https://doi.org/10.5210/fm.v20i5.5855.

 

 

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